El canto imposible
- Maria Asuncion Vicente Valls
- 13 mar
- 4 Min. de lectura
Artículo publicado en Café con Letras del Diario de Teruel.
Todavía recuerdo el día que descubrí la ópera. Tuve la fortuna de hacer mi bautismo operístico por casualidad, en Viena, capital de la música. Pienso ahora en mi entrada en el magnífico edificio de la Ópera de Viena, totalmente expectante y emocionada, una emoción que crecía como una inmensa ola a medida que se desplegaba en el escenario todo un universo de estímulos sensoriales. Salí como flotando, aturdida por tanta belleza concentrada en pocos metros cuadrados y me convertí de inmediato en una adicta a ese género musical a veces imposible, pero a su vez grandioso.
Hace muy poco he disfrutado del filme que narra los últimos días de la vida de Maria Callas y me ha parecido una película muy acertada, que se acerca con delicadeza a unos momentos vitales desgarradores con un final trágico. Cuánto dolor debió de sentir “la divina” cuando su instrumento vocal tan trabajado y educado empezó a fallar sintiéndose anulada y perdida.
Esto me llevó a pensar en lo que la ópera ha sido y sigue siendo, cómo nació y cuáles fueron sus raíces y porque es un género que nunca morirá, aunque parece distante en un principio, con temas y personajes que parecen fuera de la actualidad, pero si prestamos atención descubrimos que hunde sus raíces en lo más profundo del ser humano, en todo aquello que nunca cambia, en los eternos temas del amor, la traición, los celos, la venganza, la guerra, el engaño, la pasión o la ternura. Está muy lejos de ser un espectáculo elitista, muy al contrario, se acerca al pueblo en sus eternos dramas y sentimientos con los que nos identificamos en cualquier época de la historia y de la vida.
Hemos de retroceder para entenderlo, a las antiguas tragedias y comedias griegas, en las que existía una unidad en el texto, canto y movimiento, que representaba un mundo interrelacionado entre dioses, humanos y naturaleza, trascendiendo el sentimiento religioso. En todas las épocas han existido esas unidades de texto, música y movimiento, una especie de ópera en sentido amplio, como en los dramas litúrgicos o las representaciones medievales de los Misterios, en un lenguaje cantado en movimiento, que ha ido evolucionando sin pausa, porque los cambios culturales no se producen nunca precipitadamente, van fluyendo a lo largo de los años y siglos. Los músicos y poetas de los que se rodeaba Giovanni de Bardi en la Florencia de 1570 no inventaron la ópera de la noche a la mañana, la auténtica raíz estaba en el espíritu de la antigüedad que desde hacía tiempo estaba renaciendo imparable impregnándolo todo. Su origen sí tuvo lugar en Florencia, la gente de la denominada “camerata fiorentina” se dedicaba a emular a los antiguos griegos hasta obtener un conglomerado de canto, música instrumental y baile del que nació un movimiento que se propagó a Roma, Venecia, Nápoles y Mantua, dando lugar a los primeros teatros de ópera. En esos momentos sí era un espectáculo elitista, que muy pronto dejo de serlo al fundarse en Venecia en 1637 el primer teatro público de ópera con asistentes que pagaban gustosos por ver el espectáculo. Toda la magnificencia de la ópera comenzó a brillar con sus espectaculares efectos especiales, con centenares de sastres creando vestuarios lujosos y casi imposibles, con grandiosos decorados donde los artistas plásticos volcaban todo su saber e imaginación en colosales montajes, en un afán de hacer una representación única, original, nunca vista. Un espectáculo que evolucionó de tal forma que cuatrocientos años más tarde está cada día más vivo.
María Callas fue sin duda la cantante de ópera más grande del siglo XX. Con un talento vocal y actoral grandioso, con una voz peculiar de amplio registro y un dominio total de la técnica que le permitió interpretar roles de soprano ligera y dramática, incluso de mezzosoprano, creando personajes inolvidables plenos de agilidad y dramatismo. Combinaba a la perfección la técnica belcantista con su personal timbre de voz, tan especial, con resultados únicos. Fue también una incansable investigadora de óperas olvidadas y en su persona se fusionó como en un crisol, la cantante y la actriz en una simbiosis perfecta.
María nunca olvidó las enseñanzas de su profesora de canto, la soprano turolense nacida en Valderrobres, Elvira de Hidalgo, a cuyas clases asistía en Atenas y que fue un ancla a la que aferrarse en su turbulenta vida. Sus amplios estudios con Elvira, gran soprano de coloratura y reconocida docente internacional, le permitieron abordar papeles muy diferentes, por lo que su agradecimiento fue eterno. A Elvira de Hidalgo a pesar de su trayectoria operística impecable, siempre se la recordará como “la maestra de la Callas”, un título del que siempre presumiría.
Su esplendor artístico no duró demasiado, pero su legado musical es inconmensurable, y así lo refleja el filme con mucho acierto. Su relación personal con Aristóteles Onassis evolucionó del fuego griego a la tragedia, como en un escenario, amor, pasión, celos, rencores, traiciones, engaños y poder, todo en una escapada veloz en busca de la felicidad total, viviendo en un mundo de oropeles y fantasía. Su vida personal le pasó factura a su instrumento musical, esa voz única e irrepetible que podemos escuchar con deleite en las grabaciones, una voz que perdió fuerza comenzando su irremediable decadencia. Pero pasó a la eternidad por derecho propio, a ese lugar del recuerdo en el que permanece viva, en la seguridad que sigue ahí con Elvira, perfeccionando las arias de su Norma, Tosca, Violeta, Rosina…y tantos otros roles femeninos de sus óperas que la hicieron inmortal.
Por siempre, Callas.
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